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Por qué destruir la biodiversidad nos aboca al contagio de virus

Fernando Valladares, investigador y director del grupo de Ecología y Cambio Global en el  Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)


 

Hemos vivido más de 40 años de espaldas a la naturaleza. La Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992 ya constató esta realidad que no ha hecho sino empeorar en las últimas décadas con una crisis ambiental creciente y sin precedentes. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud venía avisando en los últimos años de que no estamos preparados para una pandemia. La pandemia llegó y todos, confinados en nuestros hogares, comprobamos que, efectivamente, no estamos preparados para una pandemia.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y muchos científicos apuntan a que vendrán más pandemias, cada vez con mayor frecuencia y algunos patógenos serán más letales que el coronavirus. Es evidente de que ningún estado ni ningún organismo internacional puede protegernos eficazmente de estas amenazas que se ciernen sobre la humanidad. Problemas y amenazas globales que afectan a nuestro bienestar y a la vida de millones de personas, detrás de los cuales está la destrucción del medio natural, amplificada por la desigualdad social y la globalización.

Volver a una relativa normalidad no puede ser volver a la situación de antes de la crisis del coronavirus, pues esa situación es la que trajo la pandemia. Hay que repensar nuestra relación con el medio natural ahora que hemos comprobado de una manera muy radical y extrema que nuestra salud depende de su salud. En concreto, diversos estudios han mostrado desde hace mas de 15 años el importante papel protector que confiere la biodiversidad ante las zoonosis, es decir, ante enfermedades infecciosas de origen animal que, como COVID-19, acaban afectando al ser humano.

Los mecanismos se plantearon y se demostraron también hace más de una década y las múltiples epidemias y brotes locales de virus como el del Hanta o el Ébola, o la gripe aviar fueron ilustrando los peligros de reducir las especies presentes en un ecosistema y, en general de simplificar la naturaleza. Una naturaleza simplificada en especies y procesos ecológicos es incapaz de proveernos de muchos de los bienes y servicios que necesitamos para subsistir. Algunos de esos servicios, como el de protección ante agentes infecciosos es tan crucial como imposible de ser reemplazado por ninguna institución, organismo o entidad de origen humano, especialmente cuando alcanza dimensiones globales o cuando implica a un patógeno como el coronavirus ante el cual nuestra especie no tiene memoria inmunológica y que tiene un elevado grado de contagio e infectividad.

Vemos cada vez más ejemplos de cómo la crisis ambiental, que abarca desde el cambio climático hasta la extinción masiva de especies y la destrucción severa de los espacios naturales de todo el planeta, tiene efectos directos en nuestra salud y compromete la sostenibilidad de nuestra sociedad tal como la teníamos concebida antes de la crisis del coronavirus. Esta crisis sanitaria nos ha tocado a tanta gente de cerca y nos ha preocupado profundamente a personas de tan variados orígenes y circunstancias vitales que tiene el auténtico poder de influirnos de verdad para cambiar radicalmente nuestra actitud ante el medio natural.

Estamos por tanto en un momento histórico para nuestra civilización en el que podemos limitarnos a reaccionar ante los fallos del sistema natural y seguir pensando que el gasto destinado al medio ambiente es un lujo que solo nos podemos permitir en momentos de bonanza económica, o bien reenfocar nuestro modelo social de forma que el gasto en proteger y restaurar unos ecosistemas funcionales y ricos en especies se convierta en la mejor inversión que podemos hacer. En realidad, no tenemos alternativa. El foco en el medio ambiente no es una opción. Es la única manera de asegurar no solo nuestro bienestar sino nuestra mismísima persistencia.

Fernando Valladares es autor del blog ‘La salud de la humanidad’